viernes, 27 de enero de 2012

¿OCUPAS O INDIGNADOS DEL MUNDO?

El 2011 será recordado como el año en el que la gente común, ya no los políticos, ni los militares, ni los caudillos, escribieron la historia. En Oriente y Occidente, los ciudadanos salieron a protestar contra las elites políticas y económicas, y, con mayor o menor éxito, torcieron los rumbos de sus pueblos o, por lo menos, sacudieron las conciencias.

Aunque cada pueblo o región tiene sus propias demandas, muy distintas, urgentes y particulares, fue la forma de organizarse, ya no a través de los partidos sino de las redes sociales, lo que marcó la diferencia. Los alzamientos de unos inspiraban a los otros; no se mezclaron pero se fortalecieron mutuamente. Facebook y Twitter fueron las herramientas para convocar y su forma de informar al mundo. Cada movimiento persiguió sus propios objetivos pero fueron las calles los escenarios comunes.

En su densidad, estos elementos parecen dar forma a una redefinición del mapa geopolítico mundial que computa, en sus avances y retrocesos, diferentes alineamientos, alianzas y conflictos a nivel regional. La importancia de estos procesos no oculta sin embargo que en el entramado de esta malla se enhebra, como una de sus fuerzas cinéticas, la acción colectiva de grupos y sectores sociales, y en particular de aquellos que dieron emergencia a los significativos movimientos sociopolíticos que encarnaron el ciclo de resistencias.

No podemos dejar de mencionar a Stéphane Hessel, el autor que inspiró las protestas de los “indignados” en España, Francia, Estados Unidos, Canadá y Grecia, entre otros países. Este héroe de la resistencia contra el nazismo, cuyo nombre ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz, es considerado el “Gandhi” moderno. Stéphane Hessel, autor del libro: ¡Indignaos! , se ha vuelto célebre, a los 93 años, por alentar a sus lectores a luchar contra la indiferencia, que él considera “la peor actitud humana”. De ese panfleto de escasas 23 páginas, publicado en el 2010, traducido a más de una veintena de idiomas, incluso, una versión en chino. Hessel, sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald y miembro de la comisión que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948. El ex diplomático francés, nacido en Berlín en el seno de una familia judía, admite que en el último decenio la humanidad ha retrocedido a raíz del 11 de septiembre, la guerra en Irak de George W. Bush, la crisis financiera, etc. Pero también constata que en los últimos 70 años se han realizado progresos importantes. Todos tenemos, sin embargo, la responsabilidad de contribuir con esa empresa sacando adelante una causa. ¿Cuál? Cada uno debe escoger la suya a partir de aquello que lo indigna. Hessel ha escogido, entre otras, la exasperación de los palestinos en Gaza, las crecientes desigualdades entre ricos y pobres, las expulsiones de inmigrantes indocumentados, el monopolio de la información y la privatización de los servicios públicos.

Esas ideas no son, por supuesto, muy novedosas, ni tampoco, finalmente, muy revolucionarias. El movimiento okupa es una subcultura que se comenzó a gestar entre los años 60’ y 70’ tomando como referencia a los “Squats” ingleses y basándose en ideologías anarquistas, punk y hippies y hoy se presenta el movimiento okupa como una tendencia social. El movimiento creció notoriamente en España debido a la gran demanda de vivienda que se había generado por la afluencia de la población rural hacia las ciudades. Como su nombre lo indica, okupa, proviene de la palabra ocupación, en este caso de viviendas. Pero la letra “k” no es únicamente un cambio estético en la palabra de origen, con ella se pretende dar carácter político a la acción de su significado. Los ocupas son reconocidos bajo esta denominación en España, pero existen otros movimientos a nivel mundial que se asemejan a su filosofía y acciones: los Squats (Estados Unidos y Gran Bretaña), Movimiento Sin Tierra (Brasil), invasores, toma de casas y ocupación (Sudamérica).

A principios del año 2011, las “primaveras árabes” dieron los primeros avisos de que nacían tiempos nuevos. Como una mancha de aceite las protestas se extendieron desde Túnez a Egipto, Libia, Siria y Yemen. Todas las plazas donde los manifestantes se reunían para protestar, convocados por sus pares comenzaron a llamarse Tahrir (Libertad). Aunque muchas de las revoluciones nacidas en las plazas terminaron en baños de sangre, cada una tuvo sus propios logros. En Túnez y Egipto los dictadores fueron derrocados. En Libia, la intervención de la OTAN fue clave para la caída del régimen de Muammar Gadafi. En Yemen, las protestas ciudadanas se mezclaron con los conflictos políticos y religiosos internos desatando sangrientas batallas que incluyeron un atentado contra el propio Presidente Ali Abdullah Saleh, quien aceptó un plan internacional para dejar el poder. En Siria la situación es cada vez más compleja y las cifras de muertos, según datos de Naciones Unidas, casi llegan a las 5.000 personas. El Presidente Bashar al Assad aún se mantiene en el poder pero su situación es cada vez más delicada.

Y esas protestas, con objetivos muy particulares, sirvieron de inspiración para la gente frustrada en Europa y Estados Unidos por el creciente desempleo, el caos financiero y la incapacidad de los gobiernos para encontrar soluciones a la crisis que comenzó en 2008. Los griegos habían dado el puntapié inicial en 2010, saliendo a la calle en forma masiva para manifestarse contra los planes de ajuste adoptados para salvar al país de la quiebra. El 15 de mayo de 2011, apareció en Madrid el primer campamento de “indignados”, que se levantó contra los recortes presupuestarios que afectan a los sectores más vulnerables, mientras se seguían gastando miles de millones de dólares para salvar bancos. Este movimiento se extendió a otras ciudades de España, como Barcelona, Valencia y Zaragoza, así como también a capitales europeas como Lisboa, París, Bruselas e incluso Tel Aviv en Israel. En Gran Bretaña, la rabia de la juventud marginada explotó en agosto de 2011, con violentos saqueos en Londres. El 17 de septiembre, la protesta llegó a Estados Unidos, cuando el hasta entonces desconocido movimiento “Ocupemos Wall Street” (OWS), que no reconoce líderes y denuncia el poder del mundo de las finanzas, la avaricia y la corrupción de los más ricos, se instala en una plaza cerca de la Bolsa de Nueva York. “Somos el 99%”, dicen los manifestantes, campamentos similares al de OWS surgen en decenas de ciudades estadounidenses y luego en Canadá, Fráncfort.

En América Latina, también se registraron movimientos ciudadanos pero con un reclamo muy concreto y particular: garantizar educación pública para todos. Chile fue uno de los precursores de las manifestaciones. Los estudiantes colombianos también han lanzado su propia lucha contra una reforma educativa impulsada por el Gobierno de Juan Manuel Santos que, según sus reclamos, buscaría privatizar la educación pública universitaria. En Brasil, Bolivia, México y otra decena de países de la región, los estudiantes también han salido a la calle para hacer sus propios reclamos.

Y es que en momentos de crisis, como el que vive el capitalismo, su estructura requiere introducir innumerables parches a fin de evitar el colapso. Sus arquitectos actúan en esta dirección. Hacen que las piezas del mecanismo funcionen al unísono. Los diques deben estar en perfecto estado de conservación. Cualquier alteración debe ser tomada en cuenta. Adelantarse a los acontecimientos, en eso consiste el trabajo de los planificadores. Controlar la lucha de clases alarga la vida del dominador. De esa manera, el dique de contención se resquebraja hasta producir un fallo generalizado. Lo que en principio podría parecer una nimiedad puede acabar cuestionando el sistema en su totalidad. En estas circunstancias, juegan un papel decisivo los llamados atractores. Son los desencadenantes de las crisis. Esa gota que desborda el vaso. En Islandia, por ejemplo: “Cuando el primer fin de semana de octubre de 2008, el músico Hordur Torfason, iniciador de la protesta, se plantó frente al parlamento -de Islandia- con una cacerola y cincuenta compañeros, sus compatriotas se quedaron perplejos. Enarbolaban tres demandas centrales: la dimisión del gobierno, la reforma constitucional y limpiar cargos en el banco central, el 24 de enero de 2009, la plaza estaba llena con siete mil personas (la población de la isla es de 320 mil almas) gritando ‘¡Gobierno incompetente’! Dos días después, el gobierno dimitió ”.

Esta circunstancia se ha repetido en todos los últimos movimientos socio-políticos habidos en el mundo. Los atractores funcionan en las situaciones más disímiles. Son los llamados acoplamientos estructurales que amplifican y someten las crisis a una tensión imprevista, haciéndola incontrolable. En Túnez, Mohamed Bou’aziz, un joven egresado de informática, que trabajaba vendiendo frutas y verduras por las calles de su ciudad, fue impedido de seguir haciéndolo por carecer de permisos legales. No fueron la pobreza, el desempleo o la represión política, ejercidas con mano de hierro durante dos décadas, el punto de inflexión, fue la inmolación de Mohamed lo que desbordó el dique de contención, amén de organización, resistencia y luchas por la democracia. Todos juntos posibilitaron la caída de Ben Alí.

En España, el llamado movimiento de “indignados”, comenzó siendo parte de una manifestación “marginal”, de las adjetivadas como periféricas, sin el apoyo de los sindicatos y las fuerzas políticas mayoritarias. Dos plataformas: “democracia real ya” y “Juventud sin Futuro, sin trabajo, sin empleo, sin casa, sin miedo” se dieron cita para protestar un domingo de mayo. Sin muchas expectativas, fue un atractor. Minoritaria, en principio, acabó en acampadas en las plazas públicas de la mayoría de ciudades del estado español. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Pamplona. Pero fue la intervención de las fuerzas del orden público, intentando desalojarlos, lo que prendió la mecha. En Madrid, la Puerta del Sol se convirtió en símbolo de resistencia. Sirvió de acicate. La protesta se generalizo y el 15M tomo cuerpo. Fue una suma de factores, al igual que en Túnez, Islandia, Egipto y en Israel.

La razón de Estado se enroca en una estrategia de violencia. En ella, los aparatos y cuerpos de seguridad, fuerzas armadas, policía, servicios de inteligencia, ganan protagonismo. Es el comienzo de un nuevo tipo de guerra cuyo objetivo es romper la cohesión social, donde el coste de la protección y la seguridad suponen la pérdida de derechos. En esta línea se mueve la orden del gobierno de la Comunidad de Madrid, en manos del Partido Popular, para bloquear y denegar el acceso, desde las computadoras públicas de la comunidad en bibliotecas públicas, por política de seguridad, a las páginas web de los indignados y el 15M. Si alguien intenta acceder sale el siguiente mensaje: “Acceso denegado por política de contenidos. Usted está intentando acceder a contenidos no permitidos” .

Así se explica, en parte, la militarización de las sociedades para “combatir” las manifestaciones ciudadanas y de paso encubrir todo bajo el manto de la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico. ¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el sentido de comunidad se rompe al grito de ‘sálvese quien pueda’? Los ejemplos se expanden, en Gran Bretaña, esta perspectiva se ha puesto en práctica. No sólo se criminalizan a los manifestantes. En un alarde de fuerza y prepotencia, para evitar sorpresas y actuar impunemente, el gobierno autoriza la instalación de quinientas cámaras de video, en plazas y centros públicos de Londres, para identificar manifestantes, detenerlos y encarcelarlos. En España, se hace lo mismo y en Chile, las fuerzas de Carabineros utilizan perros para actuar contra los manifestantes. Las crisis agudizan el ingenio para el control social. Esta necesidad de control requiere invertir y mantener una línea de investigación, dedicando a científicos al desarrollo continuo de nuevas técnicas de represión y tortura.

Las actuales movilizaciones son el resultado de un lento proceso donde se reúnen fuerzas, experiencias, y el malestar que se organiza. Cuando se reivindica “democracia, libertad y justicia”, y se protesta contra la corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de banqueros y el capital financiero, las políticas de ajuste, el paro juvenil, el sistema electoral, la privatización de la salud, la enseñanza o el calentamiento global, se desnudan sistemas políticos donde prima la injusticia, la desigualdad y la explotación. Tras la superficie de las protestas, no hay espontaneísmo, fluye una corriente de aguas profundas que nutre y da fuerza a esta pléyade de reivindicaciones. Las aguas circulan bajo la forma de hartazgo, de rabia. El descontento se hace visible, se exterioriza, el malestar aflora a la superficie. El resultado inmediato es la recuperación de los espacios públicos. Se toman las plazas, convirtiéndolas en fortines de ciudadanía. En ellas se construye la democracia como una práctica plural del control y ejercicio del poder, al tiempo que se demandan libertad, justicia y dignidad.

A pesar de los problemas que tiene encuadrar movimientos tan heterogéneos como los llamados indignados, el esfuerzo es obligado. No se trata de justificar su emergencia, de mostrar sus debilidades, carencias o fortalezas, sino de comprenderlos. Tampoco de hacer taxidermia o diseccionarlos como si de bichos raros se tratase. Se busca desenredar la madeja, encontrar el hilo conductor capaz de explicar, desde una perspectiva del pensamiento crítico, su desarrollo, alcance y perspectivas. Viejas preguntas para nuevos problemas. Para esta labor, podemos tomar el 15-M. Su aparición se ha convertido en paradigma. Su presencia ha traído nuevos aires al quehacer de la política. Asambleas, participación, dialogo y un debate con lenguaje propio.

Suele pasar, al asombro inicial, las solidaridades y las muestras de afecto hacia el movimiento de indignados, le sucede un vacío seguido de la pregunta ¿Y ahora qué? En esta dinámica surgen y se dibujan múltiples escenarios. Las comparaciones proyectan modelos de actuación y patrones de comportamiento. Hay quienes ven en las acampadas y el 15M el germen de una revolución horizontal. Otros se decantan por construir un nuevo partido político y buscar alianzas con las fuerzas de izquierda ya existentes. En medio un sin fin de opciones. Los argumentos se agolpan en pro de unas u otras, pero todas confluyen: sin organización no hay continuidad. El problema es para que se quiere y como se construye. Es aquí donde surge el desencuentro entre los hacedores del 15M. Nadie puede vaticinar su futuro en el medio y largo plazo. Sin duda, su presencia ha cambiado por completo el panorama político en España. Una juventud con la cabeza bien amoblada, dispuesta a trabajar y sacar adelante una plataforma de mínimos democráticos es un oasis en medio del desierto. Han creado prácticas democráticas allí donde había verticalismo, falta de diálogo y sectarismo. La sola convocatoria de asambleas de barrio y pueblos en cientos de ciudades de España, era algo impensable hasta el 14 de mayo de 2011.

Sólo el tiempo dirá a dónde llevó tanta indignación ciudadana, pero lo cierto es que gobernantes y gobernados en todo el mundo aprendieron este 2011 que la calle también tiene voz.



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