El mundo está en crisis, Estados Unidos está en crisis
y China dominará el mundo. El cuadro es perfecto y parece más verídico cuanto
más se asemeja a lo que, en teoría, siempre ha sido la historia de la humanidad
-ascenso de un poder emergente, constitución de aquel como superpotencia,
crisis y reemplazo del gigante por parte de un nuevo poder emergente-, y por
ello muchas de las apuestas corren a favor de la velocidad o inmediatez de la
crisis, pero en ningún caso contra el esquema: en la carrera contra el tiempo
de la configuración mundial, aquello que las relaciones internacionales sean
dependerá únicamente de cómo y qué tan rápido se produzca el ciclo de apogeo y
decadencia de las naciones.
Hoy la aparición de economías grandiosas, en cuanto
a su volumen que han mostrado capacidad para sostener un crecimiento elevado y
por sobre el promedio mundial, cuestiona aún más la visión “Estados Unidos
centrista” del mundo proponiendo la necesidad de cambiar los paradigmas por
otros donde la balanza de poder, se establezca en torno a equilibrios
distribuidos de manera dispersa y no en relación esa especie de pax
norteamericana que ha predominado hasta ahora.
Y es que el futuro de China va a ser una de las
grandes cuestiones del siglo XXI. El éxito o el fracaso de su experiencia de
desarrollo económico y político va a influir de manera decisiva en los
equilibrios venideros. De ahí la necesidad de comprender mejor este proceso y
contribuir a su desenvolvimiento.
El antecedente más importante que lleva a muchos a
creer que China dominará el mundo, es el desarrollo que ha tenido la economía
de aquel país desde que fueran aprobadas las reformas de mercado de 1990. Al
crecimiento constante y a la ampliación de la actividad industrial y la
diversificación de la producción se sumó la incorporación de capitales
financieros ya sea por la introducción de empresas foráneas en las zonas
económicas exclusivas (ZEE), ya por la participación del Estado chino en la
compra de divisas extranjeras y la adquisición de bonos de deuda externa de
países tanto occidentales como asiáticos (Ho-Fung, 2011).
Hacer augurios a largo plazo no
resulta una tarea sencilla, como decía John Maynard Keynes: “A largo plazo,
todos muertos”. Aun así la OCDE considera que dentro de 50 años China e India
se habrán convertido en las grandes potencias económicas del mundo. El
organismo que agrupa a los 32 países más industrializados del planeta sostiene
que estos dos países acapararán casi la mitad de la riqueza mundial en 2060. En
un informe titulado Una
mirada a 2060: Una visión global del crecimiento a largo plazo, la
OCDE concluye que la economía mundial crecerá a un ritmo del 3% durante los
próximos 50 años. El organismo estima que la actual crisis económica se
desvanecerá y la economía volverá a rugir con consistencia, aunque con un
patrón diferente al actual. El informe detecta importantes variaciones entre
los progresos de las diferentes naciones. Señala a los países en vías de
desarrollo como los se comportarán con más vigor y espolearán el crecimiento,
aunque poco a poco su evolución se irá ralentizando hasta coincidir con la
media de los países de la OCDE.
Este ritmo desigual del crecimiento
económico provocará un cambio radical en el equilibrio mundial. “El PIB
combinado de China e India pronto superará al de las economías del G-7 y
rebasará a la de todos los miembros actuales de la OCDE en 2060”, señala el
informe de la OCDE divulgado este viernes. India, con un crecimiento sostenido
del 5,1%, será el país que mejor evolucione en las próximas cinco décadas. Así,
la economía india pasará de representar el 7% del total, al 18% en 2060 con un
mayor progreso a partir de 2030. China, que tendrá un crecimiento del 4%,
elevará su peso específico del 17% al 28% del total. No obstante, la economía
china logrará convertirse en la más importante del mundo en 2030. A partir de
ese año mantendrá su peso específico sin engordar más.
El maravilloso desarrollo de la economía china que
transformó el país de una economía agraria en potencia industrial y financiera,
llevando a al país a la categoría de tigre asiático tardío (Ho-Fung, 2011) se
basó en una estrategia que tuvo consecuencias múltiples entre las que se pueden
destacar fundamentalmente dos: el abandono del socialismo por un capitalismo
de Estado (García; Vásquez, 2009) y la unión indisoluble entre el
país asiático, la economía estadounidense y la moneda de cambio internacional,
el dólar (Ho-Fung, 2011). En efecto, al orientar la economía hacia
la exportación de manufacturas el gobierno chino, que ya había renunciado al
camino trazado por Mao, debió asegurar la colocación de sus productos en los
mercados internacionales y para esto encontró como socio a Estados Unidos, país
que, al no considerar a China una amenaza, decidió establecer una relación
simbiótica en la que EE.UU. aceptaría manufacturas chinas mientras estos
comprasen su deuda externa (Ho-Fung, 2011). El resultado de esto fue una
codependencia cada vez mayor, en la que por muchos años el socio más débil
aumentó su riqueza a cambio del fuerte, tanto si se considera el diferencial de
desarrollo de fuerzas productivas como la compra y almacenamiento de divisas.
China vivió los años de “acumulación primitiva”
como una tragedia y una humillación con resultados diversos para la élite y
para el pueblo, aprovechando el tamaño de la población activa rural y el
control del Estado por parte de la élite, durante años China logro producir manufacturas
baratas para mercados foráneos a costa de devaluar su moneda y de empobrecer al
campesinado que huyendo de la miseria emigró hacia la ciudad donde debió
trabajar por salarios bajos de supervivencia que en ningún caso le permitían
acceder a los bienes de que producía. La estrategia de exportación a bajo costo
implicó así un doble debilitamiento de la economía china, que por una parte
debió impedir el fortalecimiento de su moneda y a la vez restringió el consumo
interno haciéndose extremadamente dependiente de las variaciones del comercio
internacional. Sin embargo, esto no fue impedimento para que lograra predominio
en su región, toda vez que fue apoyada por las potencias desarrolladas que
veían al gigante asiático como posible gran socio, con la potencialidad para
dinamizar una economía internacional que en los lugares de rancia
industrialización tendía hacia el crecimiento nulo o incluso al decrecimiento.
La reciprocidad que dominó al interior del país se
replicó de modo casi perfecto en el plano internacional donde los chinos
transaron, por un mejor nivel de vida y un reposicionamiento como potencia
regional, su trabajo y aceptaron vender barato conservando así la estructura de
las relaciones internacionales. No obstante, creando al mismo tiempo un arma de
doble filo capaz de hacer colapsar las estructuras que debía conservar.
Las dos grandes cuestiones respecto al futuro de
China son, en primer lugar, ¿cómo va a ser la salida de China del
subdesarrollo? (asunto que afecta a 1/5 parte de la humanidad) y, en segundo
lugar, ¿qué papel va a desempeñar China en un orden mundial cada vez más
interdependiente?
En lo que al primer aspecto se refiere los datos
son espectaculares. China viene creciendo a un ritmo del 7/8% anual, lo que ha
permitido que su PIB se haya multiplicado por siete en los últimos veinte años,
llegando a ser el cuarto productor industrial mundial (después de USA, Japón y
Alemania) y la quinta potencia comercial. La política económica de China ha
permitido salir de la pobreza y el subdesarrollo a varios cientos de millones
de personas.
Respecto a la segunda cuestión, todos parecen
coincidir en que China está destinada a ser una de las grandes potencias del
siglo XXI. Actualmente es una gran potencia por razones sociales y
demográficas, está empezando a serlo también económicamente y, sin duda,
acabará siendo una gran potencia política y cultural, en un mundo más
equilibrado y armónico.
Aunque la mayoría de los análisis sobre China
suponen que la progresión constante de la actividad económica llevaría al país
a la posición de principal potencia pero parece improbable dado que, antes que
eso ocurra, se debería operar un cambio fundamental en la moneda de cambio
internacional, cuestión para la cual actualmente los chinos no están preparados.
Al no desarrollar el mercado interno China debilitó sus posibilidades de acción
en un mundo donde el mercado
internacional carga con el dólar como lastre antes que como el seguro de vida
que pudo ser en un principio.
La estrategia china creó, sin querer, una máquina
del fin del mundo[1],
en la cual la reciprocidad aseguró, antes que el triunfo propio, la derrota de
todos. Para tomar el control del mercado mundial se requiere controlar el
principio de equivalencia entre mercancías (en este caso, el dólar) pero esto
resulta imposible para un país que no puede descansar sobre su economía interna
en caso de crisis. Para China, en este minuto, deshacerse de las divisas que ha
conservado, implicaría atacar su propia economía al tiempo que condiciona
fuertemente la estabilidad de su principal socio, EE.UU., quien no podría pagar
su deuda ni conseguiría atraer compradores de bonos de dicha deuda. Si buena
parte del crecimiento mundial es atribuible a China, está claro que problemas
políticos y económicos en aquel país pondría la economía mundial en una
situación crítica de consecuencias impredecibles, pues se socavarían las
instituciones del sistema mundo capitalista, las mismas que sostienen a las
grandes potencias y que definen la relación entre éstas y las naciones
pequeñas.
Una vez finalizado el XVIII Congreso Partido
Comunista Chino (PCCH), cabe destacar, de entrada, que durante una semana casi
nos hemos olvidado de Bo Xilai y de sus amigos. El factor desestabilizador que
podría haber jugado este año previo de turbulencias con implicaciones
criminales, con repercusión internacional, vinculadas al espionaje (la embajada
de EE.UU., los servicios secretos británicos) y la corrupción no se ha
producido. No hay que olvidar que justo el 14 de noviembre, el día en el que
acabó el Congreso, se cumplió un año de la muerte del empresario inglés
presuntamente envenenado por Gu Kailai.
La reconfiguración de la cúpula
dirigente es lampedusiana: que todo cambie para que más o menos todo siga
igual, los reformistas más significativos se han quedado fuera. Es éste un
liderazgo de compromiso entre unos y otros: Jiang Zeming ha colocado a algunos
de los suyos, mientras que Hu Jintao aparentemente pierde peso pero
probablemente ha podido consolidar a sus hombres en la parrilla de salida de
cara al liderazgo futuro de la sexta generación (con el político Hu Chunhua).
De cara al máximo líder, Xi Jinping,
el resultado del Congreso implica una apuesta por su fortalecimiento y
capacidad de maniobra, con la asunción de la Comisión Central Militar y la
reducción del Comité Permanente del Politburó a siete (antes eran nueve), lo
que implica un mayor control sobre los aparatos de seguridad del estado y el
espionaje. Que el hombre más fuerte y prestigioso de entre los “siete
magníficos”, Wang Qishan, asuma la Comisión de Disciplina y la lucha contra la
corrupción nos puede dar pistas de una apuesta más firme por limpiar el Partido
y sobre todo por atajar las disfunciones estructurales que convierten la
cleptocracia y la corrupción en un mal endémico, en una plaga que se
auto-reproduce por más que se denuncie y se persiga. Por otro lado,
probablemente el hombre más cercano a Hu Jintao en el gobierno, Li Keqiang, sea
la persona que vaya a asumir las mayores responsabilidades en la agenda
económica.
Para Sean Golden,
director del Centro de Estudios e Investigación de Asia Oriental (CERAO) de la
Universidad Autónoma de Barcelona, en el Congreso se han
despejado ciertas incógnitas. En primer lugar, sabemos que son siete, y no
nueve, los miembros del Comité Permanente, y esto es una victoria para la
facción que lidera Xi Jinping. También sabemos que él será de inmediato
Presidente de la Comisión Militar, cuando suponíamos que Hu Jintao se quedaría
con este cargo durante un par de años más. El hecho de que Xi Jinping ya haya
consolidado el control del Partido y el control del ejército es una señal
bastante importante de consolidación de su poder. Y desde marzo será el
presidente del país. También sabemos que de los siete miembros del Comité
Permanente, cinco pertenecen más o menos a una misma facción, la de Xi Jinping,
mientras que sólo dos pertenecen a la facción más cercana a Hu Jintao. En esta
lucha de poder entre lo que se llama los hijos de los veteranos
revolucionarios, como Xi Jinping, y los meritócratas que llegaron a altos
cargos a través de la Liga de la Juventud Comunista y otras organizaciones, van
ganando los hijos de papá, los hijos de papá del Partido. Por otro lado, aunque
Wen Jiabao había hecho varios discursos pidiendo reformas políticas, el informe
político de Hu Jintao fue totalmente continuista, no había nada nuevo. Puso más
énfasis sobre el peligro de la corrupción y animó a la gente de Hong-Kong a
sentirse más chinos, pero no había ningún indicio de una posible reforma
política. En cambio, lo que ha dicho Xi Jinping hoy tiene un estilo y un tono
distintos, y aunque habla de corrupción, también critica a los cuadros del
Partido por no estar en contacto con el pueblo y poner demasiado énfasis en la
formalidad y en la burocracia. Para mí, este referencia a buscar el contacto
con el pueblo es un síntoma de un conocimiento, aunque sea moderado, de la
necesidad reformar la manera de funcionar del Partido.
Si China se sobrepone al desorden generado por una
crisis monetaria, el Estado que emergerá como triunfador no será el Estado
liberal ni la forma de gobierno democrática, sino por el contrario una
nación que es más bien imperio, con un gobierno más parecido a una dinastía
-que aún cuando posee una elite de partido y otra económica sabe bien que es
solo desde el comité central que es posible dominar el país-, con un Estado
autoritario, lo que implicaría un futuro donde lo discutido sea precisamente
qué tipo de organización política se desea y no cual administración económica
es más pertinente en términos tecnocráticos.
Al final, llegamos a una pregunta que hace ya
varios años planteara Slavoj Zizek sobre qué haría el mundo capitalista cuando
la historia mostrase que la mejor forma de administrar el mercado es el Estado
autoritario, pero introduciendo un nuevo cuestionamiento, el que se refiere a
¿qué tipo de balanza de poder equilibraría al mundo cuando la política dentro
de los Estados vuelva a ser el centro de los conflictos internacionales?
[1] En Dr. Strangelove, película
dirigida por Kubrick, el drama se desarrolla en torno a una máquina del fin del
mundo (doomsday machine) construida por la URSS para contrarrestar el poder
nuclear estadounidense. Aquella máquina no consistía más que en detonar todas
las armas nucleares soviéticas en caso de un ataque por parte de USA para así
crear un invierno nuclear de más de cien años al cual sería imposible
sobrevivir. La máquina del fin del mundo es así un aparato que sirve para
atemorizar y, en caso de usarse, para empatar la guerra mediante una derrota absoluta
de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario