Durante el 20 al 22 de junio, se
dio inicio en Brasil a la Cumbre de la Tierra o Conferencia
de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable, más conocida como Rio + 20.
El
nombre se debe a que se cumplen 20 años de la primera conferencia mundial sobre
desarrollo sustentable en Río de Janeiro. Los ejes centrales de la cumbre eran analizar
y establecer las bases de una economía
ecológica cuyos objetivos sean la sustentabilidad y la erradicación
de la pobreza y en base a lo anterior, la creación de un marco institucional para el desarrollo sustentable.
Representantes de Estados, Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y sociedad
civil (agrupada en la Conferencia como Cumbre de los Pueblos) fueron los
invitados a participar en la discusión de los desafíos ambientales del futuro.
Dentro de los dos ejes principales de discusión, se han identificado 7 áreas
prioritarias. Estos temas están relacionados con:
- Trabajos: análisis sobre el impacto de la recesión económica mundial de los últimos años (actualmente existen 190 millones de desempleados en el mundo). La creación de trabajos verdes fue analizada como una posibilidad de contribuir a la economía a través de empleos destinados a apoyar la preservación o restauración del medio ambiente.
- Energía: la energía fue visto como es un tema crítico a nivel mundial en relación con la escasez, los impactos ambientales y los conflictos que genera la construcción de proyectos de energía en las comunidades.
- Ciudades: en este panel se trataron temas como congestión, transporte, contaminación, escasez de recursos para proveer servicios básicos y viviendas dignas.
- Comida: en este aspecto se discutió sobre el crecimiento de la sociedad y la manera en que se comparten, distribuyen y consumen los alimentos.
- Agua: agua limpia y con libre acceso universal, de acuerdo a las Naciones Unidas, en el planeta hay suficiente agua para todos. Sin embargo, debido a deficientes políticas de los gobiernos y la débil infraestructura existente, cada año miles de personas mueren por enfermedades asociadas a la escasez de este recurso, problemas sanitarios e higiene.
- Océanos: Se trato de buscar un correcto manejo de éste es esencial y clave para el futuro sustentable del planeta.
- Desastres naturales: Los desastres naturales son
inevitables, pero la manera en cómo los enfrentamos es clave para superar los
impactos. Decisiones acerca de cómo cultivamos los alimentos, donde construimos
nuestras casas, en qué sistema económico nos basamos y la forma en que como
sociedad nos organizamos fue un tema de discusión en la Cumbre.
Los 20 años
transcurridos desde la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y
Desarrollo de Río de Janeiro, Brasil, en 1992, pasando por la Cumbre sobre
Desarrollo Sostenible, de Johannesburgo, Sudáfrica en el año 2002, se han
caracterizado por el continuo deterioro de la calidad ambiental mundial, y la agudización
de los principales problemas socioeconómicos internacionales. El debate más
reciente sobre medio ambiente y desarrollo coincide con el agravamiento de la
situación mundial, que desde mediados del 2008 se ha dejado sentir con
particular crudeza en sus múltiples dimensiones: financiera, comercial,
energética, social, alimentaria y ambiental.
En el plano
económico, la brecha que separa a los países desarrollados y subdesarrollados se
ha agravado. Los países subdesarrollados, con el 80% de la población mundial,
aportan sólo 28% de las exportaciones mundiales; mientras que a los países desarrollados,
con el 15% de la población mundial, les corresponde alrededor de 66% de las exportaciones.
En lo social, se evidencia en un creciente número de pobres e indigentes en la mayoría
de los países en desarrollo y en la proliferación de cinturones de pobreza en los
propios países desarrollados. Según datos del Banco Mundial, alrededor de 1500 millones
de personas viven en situación de pobreza extrema.
En el orden
ambiental, los problemas ambientales se han agravado, como expresión de los
limitados esfuerzos internacionales para hacer frente al deterioro del medio.
Los patrones de crecimiento económico seguidos por los países industrializados han
ocasionado los mayores daños al medio ambiente global. Se estima que el 20% más
rico de la población mundial se apropia de las ¾ partes de los ingresos
mundiales, en tanto el 20% más pobre recibe apenas el 1,5% (Oxfam, 2006). El
crecimiento del consumo mundial de agua dulce, superó en más de dos veces la tasa
de crecimiento poblacional durante el siglo XX. Cerca de la tercera parte de la
población mundial, habita en las naciones del Tercer Mundo y presenta problemas
moderados o severos de falta de agua, según reportes del Programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Uno de los documentos
fundamentales aprobados en la Cumbre de Río de 1992, fue la Agenda 21,
considerada como un plan general de acción mundial, que contiene estrategias para
prevenir el deterioro del medio ambiente y establecer las bases para un
desarrollo sostenible a escala planetaria en el siglo XXI. La Agenda 21 dedica
especial atención al financiamiento para el desarrollo sostenible; la
transferencia de tecnologías idóneas; el cambio de los patrones de producción y
consumo insostenibles; la lucha contra la pobreza; el fomento de la cooperación
internacional; el desarrollo de capacidades técnicas, financieras e
institucionales internas en los países subdesarrollados; entre otros temas, en
los que lejos de registrarse un progreso significativo, se ha retrocedido a
nivel internacional en los últimos 20 años.
Durante las últimas
décadas se han hecho mucho más evidentes algunos de los problemas ambientales
globales que más preocupan a la humanidad, tales como la pérdida de la
diversidad biológica; el deterioro de la capa de ozono; la contaminación
urbana; el tráfico transfronterizo de desechos peligrosos; la contaminación de
los mares, océanos y zonas costeras y el deterioro ambiental asociado a las
condiciones de subdesarrollo y pobreza en que viven las tres cuartas partes de
la población mundial. A esto debemos sumarle los efectos presentes y futuros
del cambio climático, derivados de los patrones de producción y consumo de los
países, de las guerras y otras acciones humanas, que están provocando la acumulación
en la atmosfera de los Gases de Efecto Invernadero y la destrucción del
planeta.
En los pasados 20
años, los países industrializados, en lugar de adoptar programas de acción
ambiental viables y en correspondencia con sus niveles de responsabilidad internacional
en torno al vínculo entre medio ambiente y desarrollo, han ejercido fuertes
presiones para reinterpretar, en función de sus intereses, la letra de diversos
acuerdos internacionales en esta materia, y eludir la adopción de compromisos concretos.
En materia financiera,
la Agenda 21, destaca que los países subdesarrollados requerirían unos 125 mil
millones de dólares anuales, procedentes de fuentes externas, sin considerar el
aporte que deben realizar los propios países del Sur. Ello contrasta notablemente
con las cifras de los desembolsos reales de los países desarrollados en materia
de cooperación y Ayuda Oficial al Desarrollo que han estado muy por debajo de
lo estimado. A esto se suman los cientos de miles de millones de US$ que
resultan necesarios para las acciones de mitigación y adaptación al cambio
climático. En lo referido a la transferencia internacional de tecnologías
ambientalmente idóneas, el acceso por parte de los países subdesarrollados a
los adelantos tecnológicos es contrario a las estrategias corporativas y
políticas comerciales de los países industrializados.
Dichas estrategias
imponen normas más estrictas y uniformes para la protección de la propiedad
intelectual, sobre la base del estimulo a la investigación y el desarrollo. Ello
resulta una barrera al comercio de estas tecnologías por su implicación para
los países en desarrollo. Lo anterior se agrava con el estancamiento en el
proceso de negociaciones de Doha, donde no se ha llegado a conclusión alguna,
después de 11 años de debates infructuosos en torno al papel de los Derechos de
Propiedad Intelectual como principal barrera a la transferencia de la
tecnología en el marco de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Hasta el momento, a nivel internacional se ha avanzado
preferentemente en el desarrollo de tecnologías ambientales de fase final,
destinadas a controlar la contaminación una vez que ésta se ha producido; en
lugar de dar mayor prioridad a aquellas tecnologías limpias orientadas a
reducir sustancialmente la contaminación, desde las primeras fases del ciclo
productivo, o a eliminarla cuando sea posible y que, por tanto, suponen cambios
significativos en los patrones de producción y consumo.
En sentido general, los recursos financieros y las
tecnologías ambientalmente idóneas de que disponen los países en desarrollo
para hacer frente a los retos de la sostenibilidad dista mucho de los
requerimientos identificados, como se demuestra en el caso de las estrategias
de respuesta ante el cambio climático. Los debates y negociaciones más
recientes acerca del deterioro ambiental y las estrategias de respuesta para
enfrentarlo han coincidido con la expansión de la crisis económica global a
partir de 2008.
El análisis conjunto de los desafíos derivados de la
crisis económica global y del deterioro ambiental permite extraer algunas
lecciones:
- se trata de retos globales que requieren soluciones multilaterales, que resulten equitativas;
- se requiere una perspectiva histórica en el análisis;
- ambos son problemas generados, en lo fundamental, en el mundo desarrollado, pero las mayores afectaciones tendrán lugar en los países en desarrollo.
- los países en desarrollo, en particular los pequeños estados insulares, tienen un alto grado de vulnerabilidad ante los retos ambientales, así como frente a las crisis económicas globales. En el presente confluyen ambos factores de riesgo y la capacidad de respuesta del Tercer Mundo es sumamente limitada;
- los gobiernos de los países desarrollados han movilizado, con gran celeridad, cuantiosos recursos financieros para salvar a las instituciones del sistema bancario internacional, pero la respuesta no ha sido igual frente al cambio climático, ni frente a otros retos socioeconómicos y ambientales del mundo actual;
- las acciones para enfrentar la crisis global y las
dirigidas a responder ante los desafíos ambientales no son excluyentes. La
práctica histórica ha demostrado que muchas de las acciones dirigidas a
combatir el deterioro ambiental y las medidas anti-crisis pueden resultar
complementarias y reforzarse mutuamente.
En medio de este complejo contexto global, las
negociaciones multilaterales sobre medio ambiente y desarrollo han servido de
foro para debatir acerca de los obstáculos que enfrentan los países del Tercer
Mundo para acceder al desarrollo. La brecha tecnológica, las restricciones financieras
y el impacto de la deuda externa, las barreras al comercio, los límites de la
cooperación internacional, entre otros, son temas recurrentes de las
discusiones y actúan como telón de fondo de las negociaciones.
La discusión acerca de la “economía verde” y otros
conceptos afines, como el de “crecimiento verde”, “estímulos verdes”,
“inversiones verdes”, “tecnologías verdes” y ”economía con bajo contenido de
carbono” han ocupado en los últimos años, espacios cada vez más importantes en
los debates académicos y en las negociaciones intergubernamentales sobre medio
ambiente y desarrollo. En la medida en que el medio ambiente ha pasado a ser
considerado de forma creciente como un entorno frágil, se propone que el mismo
debe ser administrado de manera sostenible, en correspondencia con los
principios económicos para la asignación de factores de producción escasos.
Bajo este intento de imposición de un nuevo paradigma,
en el que han predominado las perspectivas y puntos de vista de los países
industrializados, ha sido soslayado el paradigma del desarrollo sostenible,
multilateralmente reconocido en la Agenda 21 y, aunque se analizan algunos
temas referidos a la realidad socioeconómica y ambiental de los países
subdesarrollados (dinámica poblacional, pobreza, entre otros), ellos no han
rebasado el estrecho marco empresarial y la máxima del desarrollo capitalista,
la obtención de utilidades en las nuevas condiciones.
El concepto de economía verde parte de una visión
reformista ante los actuales patrones de producción y consumo predominantes. Si
bien constituye una respuesta del capital ante los efectos de la más reciente
crisis global, resulta a todas luces – como concepto – insuficiente, limitado y
estrecho. Se prioriza uno de los tres pilares del desarrollo sostenible: el
económico, y se hace énfasis sólo en determinados sectores claves. Bajo esta
nueva concepción se estimula el establecimiento de esquemas de privatización de
la naturaleza. Ello ha sido percibido por los movimientos sociales como una
revolución de libre mercado, que busca ampliar las ventajas de las
corporaciones transnacionales y reforzar la mercantilización de los servicios
eco-sistémicos, en detrimento de las comunidades autóctonas y de las economías
más débiles. En el plano internacional, el concepto de la “economía verde”
puede servir de pretexto para la aplicación de medidas proteccionistas u otras
que penalicen a los países de menores ingresos; así como introducir elementos
de nueva condicionalidad para el acceso de los países subdesarrollados a
préstamos, flujos de ayuda o refinanciamiento de deudas.
Los líderes políticos, empresas privadas y organizaciones reunidos
durante la Cumbre de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río+20) firmaron
alrededor de 700 compromisos mediante los cuales han acordado dedicar a
programas de desarrollo sostenible un total de 513.000 millones de dólares
(unos 408.000 millones de euros). De estos fondos, 323.000 millones de dólares
irán destinados a la iniciativa Energía Sostenible para Todos que encabeza el
secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, y que plantea como objetivo
universalizar antes de 2030 el acceso a fuentes sostenibles, según Efe. Casi
100 jefes de Estado y Gobierno han estado reunidos en los últimos tres días en
un esfuerzo por establecer "metas de desarrollo sostenible", un
conjunto de objetivos de la ONU establecidos en torno al medio ambiente, el
crecimiento económico y la inclusión social.
Pero la falta de consenso en esas metas dio como resultado un acuerdo
que incluso algunos signatarios consideraron que carece de metas responsables,
específicas y medibles, informa Reuters. Entre las acciones concretas, los
líderes reunidos en la ciudad brasileña han planteado algunos objetivos
numéricos que aspiran a lograr cada año, como plantar cien millones de árboles,
alentar la iniciativa empresarial de 5.000 mujeres africanas en negocios de
energía verde y reciclar 800.000 toneladas de PVC. Sin embargo, muchos
ecologistas, activistas y políticos están llegando a la conclusión de que el
progreso en temas medioambientales debe hacerse a nivel local con el sector
privado y sin la ayuda de acuerdos internacionales.
El texto final de la Conferencia sobre el Desarrollo Sostenible
Río+20, carece de ambición. El nuevo documento no eleva al estatus de agencia
al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), descarta un
fondo millonario para los países pobres y aplaza la creación de los Objetivos
de Desarrollo Sostenible. Además de la reacción de los delegados que participan
de la negociación, miembros de la sociedad civil también criticaron el borrador
de la Río+20. económicos, sociales y ambientales que enfrenta la
humanidad a inicios del nuevo milenio, reclama una buena dosis de voluntad
política de los tomadores de decisiones para la puesta en práctica de
estrategias de desarrollo sostenible, que reconozcan la necesaria integración
entre los problemas económicos, sociales y ambientales, como dimensiones que se
complementan y refuerzan entre sí.
Desde una perspectiva de largo plazo y con un enfoque
integral, el crecimiento económico resulta incompatible con rezagos en términos
de equidad social y calidad ambiental. Los estudios especializados más
recientes sobre este tema revelan los elevados costos y las muy adversas
implicaciones socio-ambientales que se derivarían de la no acción o lentitud de
los tomadores de decisiones en este campo.
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