sábado, 10 de marzo de 2012

¿QUÉ PASA EN SIRIA?

Siria es un país duro y tenso sin las vías para la libre expresión que sí existían en Egipto; es más bien un centro de nacionalismo árabe. No por nada los sirios gritan “Um al Arabiya Wahida” (Madre de la nación árabe). No por nada los sirios recuerdan que ellos y sólo ellos se opusieron al acuerdo Sykes-Picot que en 1916 dividía a la región entre Francia y Gran Bretaña por la fuerza de los ejércitos. Los batallones montados sirios se arrojaron contra los tanques franceses durante la batalla de Maysaloon. Posteriormente, el rey de Siria recibió el trono de Irak como premio de consolación, de parte de Winston Churchill.

Claro está, esto no justifica el régimen autocrático de Bashar, pero dice algo sobre los sirios: no obedecen reglas. Los sirios no siguen a otros árabes como ovejas. Lucharon más que ningún otro país de la región por un proceso de paz entre Israel y Palestina. En verdad, la región de Hauran, donde se encuentra Deraa –localidad que fue escenario de una temible serie de asesinatos ordenados por el gobierno– siempre ha sido una zona rebelde aun cuando estaba bajo el control francés en 1916. ¿Puede Bashar Assad mantener unido a su país?

Hasta ahora ha logrado con una minoría alawita (o sea chiíta), atraer a la mayoría de la población sunita musulmana del país dentro del sistema económico establecido. Ciertamente, los sunitas son la economía de Siria; una elite poderosa desinteresada en las revueltas, la desunión o las conspiraciones extranjeras. Damasco ha sido atacado por agentes israelíes e islamitas o de la derecha turca durante los últimos 40 años. Tiene cierta resonancia este asunto gastado del complot que hace que los sirios sean más patriotas que luchadores por la libertad

En los últimos diez años se ha registrado una islamización horizontal que pone en tela de juicio la imagen de Siria como un muro de contención frente al islamismo. Consciente de su incapacidad para oponerse a un fenómeno que afecta al conjunto del mundo árabe, el régimen baazista ha optado por una islamización otorgada, financiando a diversas cofradías sufíes con la intención de reducir al máximo la exposición del país al fenómeno yihadista. No obstante, la laxitud con la infiltración de insurgentes en territorio iraquí a través de las fronteras sirias ha acabado por pasar factura al régimen como muestra la violenta irrupción de grupúsculos como Yund al-Sham o Fatah al-Islam. Por otra parte, se ha mantenido la ilegalización de los Hermanos Musulmanes, aunque a la vez se han desarrollado contactos directos con ellos que han permitido la liberación de cientos de presos políticos y el retorno de decenas de exiliados.

Algunas veces resulta muy difícil hacer/se a un lado de la maquina mediática para tratar de entender un determinado problema, pero resulta urgente en situaciones como las que vive Siria y la parte del mundo que se “preocupa” por su pueblo. Los medios de prensa oficiales hacen girar sus secciones internacionales en torno al tema sirio, visto desde la lógica de la democracia y los Derechos Humanos. Y la pregunta es, como siempre, ¿Qué es lo que se nos escapa? ¿Cuáles son los discursos políticos que debemos des/estructurar para hacer un análisis concienzudo?

Lo central, una vez más, es situar a Siria dentro el contexto político en el que se encuentra. Las características políticas, culturales y religiosas no son tan simples de aprehender como las de otras realidades de Medio Oriente. Para empezar, hay que hacer mención a que este es un país que se encuentra en la encrucijada oriente-occidente. Y aunque estas categorías reflejan en su mínimo grado la problemática regional, son un instrumento de fácil acceso para la simplificación y comprensión. Lo que se juega en la caída o permanencia del gobierno de Assad es la pugna entre estos dos modelos geopolíticos. Por un lado tenemos las aspiraciones de estadounidenses, la Unión Europea (UE) e Israel. Por otro, unas formas político-culturales que, hasta el momento, no se han sometido completamente a los designios de las potencias predominantes post II Guerra Mundial.

Basta con ver que los países que apoyan la intervención armada de la OTAN y sus gobiernos que son, precisamente, los Estados con características prooccidentales: Arabia Saudita, Bahréin, Qatar, Kuwait, entre otros. Y los gobiernos que se oponen a esta estrategia están en la batalla por conservar su relativa autonomía frente al neocolonialismo. Hay que agregar, como fenómeno de suma importancia, el rol de las potencias re/surgidas: Rusia y China.

El Medio Oriente es la frontera entre el mundo occidental y el Oriente. Si cae Siria, eventualmente hay mayores posibilidades de que también lo haga Irán. Y la caída de Irán, con la consecuente instalación de un régimen prooccidental sería un golpe de puño para Rusia y China. Al mismo tiempo, un problema a resolver para India.

Por otro lado, tenemos a grupos opositores diferenciados claramente. Por una parte, y concentrados principalmente en las estructuras que se organizan desde el extranjero, está la oposición que funda su discurso en la liberalización económica con su potencial constitución como elite económico-política. Por otro lado, una oposición que pugna por reformas que permitan mayores libertades políticas y civiles. Las primeras, lideradas por el Consejo de Nacional de Siria, apuestan por la intervención directa de la comunidad internacional –entiéndase OTAN- o por armar a los “rebeldes”. La otra oposición compuesta por los sunitas no concibe, bajo ningún término, la intervención extranjera.

Siria, siguiendo con la lógica de frontera, es, junto a Irán, el principal financiador de las milicias de Hezbollah, organización que tiene tomado la mayor parte del sur de Líbano, país que limita con Israel y que se constituye como una democracia liberal-occidental “estable”. Si cae Siria, Hezbollah se vería en serios problemas en cuanto a su resistencia al sionismo y sus patrones de dominación, con las evidentes consecuencias para Palestina, principal obstáculo para el control de Medio Oriente por parte de Israel. Guiño importante a la hora de ver porqué, a pesar de las protestas implícitas de Obama, la fuerza del lobby sionista pesa demasiado a la hora de una actitud que beneficie la lucha electoral de los demócratas en Estados Unidos.

Ahora se suma la consulta electoral del 26 de febrero para la aprobación de una nueva Constitución, la cual será incapaz de poner fin a un conflicto que lleva once meses y parece haber abierto en la sociedad una grieta demasiado difícil de cerrar. Activistas y expertos ratifican que pese a que la Constitución abre un camino para el pluralismo político en Siria, preserva los poderes del presidente, incluyendo la posibilidad de disolver el Parlamento, la aprobación de leyes y el nombramiento de un gobierno, asegurando la continuidad en el poder del partido Baath, hasta hoy la única agrupación política legal en Siria. "La nueva Constitución mantiene los poderes absolutos del presidente", indicó Mohammed Faour, del Centro de Investigaciones Carnegie de Medio Oriente. "¿Cómo puede ser exitoso este referéndum cuando todo un sector de la población apoya una revuelta popular contra el régimen?", se preguntó. Además señala que con la nueva Constitución, el régimen de Al Assad permitiría sólo a los grupos leales a Baath formar partidos políticos, mencionando el artículo 3, que estipula que un candidato presidencial debe haber vivido en Siria al menos diez años y debe estar casado con una mujer siria. En su opinión, dicha norma busca dejar afuera de la carrera presidencial a los oponentes políticos que han vivido en exilio durante mucho tiempo y que están casados con extranjeras.

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con base en Londres, estima que más de 7.500 personas han sido asesinadas desde el inicio de las protestas en marzo. Cada vez más, el conflicto se asemeja a una guerra civil, con enfrentamientos entre los rebeldes suníes del Ejército Libre de Siria y las fuerzas del Gobierno, cuyos comandantes pertenecen a la rama alauita del Islam, al igual que Al Assad.

Para el analista libanés Saad Kiwan, el proyecto de nueva Constitución está lleno de contradicciones ya que, por un lado, prohíbe la creación de partidos políticos o la organización de actividades políticas basadas en afiliaciones religiosas o étnicas y, por otra parte, establece claramente que el presidente debe ser musulmán y que la sharia (ley islámica) debe ser la principal fuente de legislación. Unos 14,6 millones de sirios, de una población total de 23,6 millones, están registrados para participar en el referéndum.

El régimen baazista es consciente de la imposibilidad de frenar el proceso de islamización, pero no renuncia a tratar de instrumentalizar las instituciones religiosas para evitar que, como en otros países del entorno, se conviertan en amplificador de las reivindicaciones islamistas y en instrumentos de captación de una juventud profundamente alienada.

Ante el aislamiento regional e internacional de Siria registrado a partir de 2003, el blindaje de la República hereditaria se convirtió en la prioridad absoluta de Bashar al-Asad. En un primer momento, Siria toleró la infiltración de yihadistas en Irak a través de su territorio. Esta arriesgada estrategia creó un efecto boomerang cuando grupúsculos como Yund al-Sham o Fatah al-Islam acabaron golpeando al enemigo interior en una serie de atentados acaecidos en Damasco.

Para garantizar la calma del frente interno, el régimen baazista ha adoptado una posición más flexible hacia los líderes religiosos y las cofradías sufíes, que han ido asumiendo un peso cada vez mayor en la vida pública. No obstante, esta estrategia podría resultar fallida en el caso de que los actores religiosos sufíes incrementasen sus peticiones de mayor autonomía o decidiesen independizarse si el régimen no satisfici¬era sus crecientes demandas. Es un hecho que, como consecuencia de la islamización, se haya experimentado una “transformación social y cultural radical que ha convertido a los ulemas en una fuerza mucho más influyente de lo que era antes. Estos actores, anteriormente marginales, ya no están satisfechos con la mera tolerancia y exigen una plena normalización sobre la base de una verdadera igualdad, lo que implica no solamente libertad de acción en el ámbito educativo, las actividades caritativas o los medios de comunicación, sino también un mayor acceso a las posiciones administra¬tivas y a la representación política” (Pierret, 2009: 76).

Además de costear a las cofradías sufíes, el régimen baazista trata de instru-mentalizar su respaldo a algunos de los más importantes actores islamistas de la región –Hezbolá y Hamas–, abanderados de la denominada “resistencia islámica” contra Israel. Esta es otra de las paradojas del régimen sirio, puesto que este patronazgo resulta cuanto menos chocante si tenemos en cuenta la ideología secular del régimen y la ilegalización de los Hermanos Musulmanes en suelo sirio. El apoyo a dichos grupos es un pivote central de una estrategia destinada a establecer cierta “paridad estratégica” entre Siria e Israel, pero también a preservar la posición de Siria como portavoz de un nacionalismo árabe cada vez más islamizado.

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