sábado, 23 de junio de 2012

¿SINAÍ: TIERRA DE AGUAS TURQUESA DE LA PAZ?


El nombre Sinaí, es originario del Dios "Sin" dios de la luna. Es por ello que lo llaman tierra de la luna, es la tierra de aguas turquesa de la Paz. Ocupa una posición estratégica que une dos continentes el de África y Asia, separando dos mares el Mediterráneo y el Mar Rojo. Es una península en forma triangular rica por su fauna variada más de 5.000 clases de plantas y más de 46 especies diferentes de aves, sus pozos de agua subterránea.

Es la tierra del petróleo, del oro y de todas las clases de minerales, en la que conviven personas diferentes religiones por esta península han pasado todos los profetas. Su superficie es de 61.000 km2, la península se divide en dos norte y sur del Sinaí.
La Península del Sinaí ha sido una zona segura y estable desde que en 1978 se firmaron los acuerdos de paz de Camp David entre el presidente egipcio, Anwar el Sadat, y el primer ministro israelí, Menachem Begin. Los dos países se preocuparon de convertir la península en una zona de seguridad vigilada por una fuerza internacional independiente (Multinational Force and Observers, MFO) con el aval de EEUU. Sin embargo, se olvidaron de la suerte de sus pobladores autóctonos y estos tuvieron que aprender a vivir por su cuenta del contrabando mientras acumulaban resentimiento contra las autoridades egipcias e israelíes. La población del Sinaí está formada por unos 400.000 habitantes a los que se denomina genéricamente beduinos, aunque no se puede precisar con exactitud cuáles tienen esa procedencia en un territorio que es sólo la sexta parte del egipcio pero tres veces mayor que Israel.
En el Sinaí ha permanecido dicha población al margen de los problemas de seguridad entre los vecinos y esperando a que las autoridades egipcias llevaran a cabo los proyectos de desarrollo que les prometieron. Pero pocos de los planes de desarrollo diseñados por el gobierno egipcio tuvieron el éxito esperado y en su mayoría beneficiaron a los colonos llegados desde otros lugares de Egipto. También llegaron refugiados palestinos, hasta formar un grupo de entre 50.000 y 100.000 habitantes y, en menor número, militantes islamistas de Hamas y Hizbolá, entre otros, que utilizaron la península para operar contra Israel desde su frontera sur. Las bandas locales y los activistas extranjeros comenzaron compartiendo las redes logísticas que se utilizaban para el contrabando y acabaron compartiendo la doctrina salafista, arrinconando tanto la tradición sufí como las jerarquías y los principios tribales que habían articulado a la población autóctona.
A finales de los años 90 comenzó la construcción de túneles para burlar la vigilancia israelí del corredor fronterizo entre Israel y Egipto (los 14 km del Philadelphia Road) y con ellos floreció el negocio del contrabando de mercancías y armas con destino a la franja de Gaza mientras se consolidaban los tráficos ilícitos de drogas y personas a través del resto de los 230 km de frontera con Israel. La radicalización condujo a una primera oleada de atentados terroristas en 2004 en Taba, en 2005 en Sharm el-Sheikh y en 2006 en Dahab que en conjunto provocaron alrededor de 100 muertos y un número considerablemente superior de heridos en zonas turísticas egipcias. El gobierno de El Cairo respondió exacerbando la represión contra los integrantes de varios grupos terroristas, especialmente contra los considerados miembros de Tawhid wa-Jihad, un grupo salafista creado en 2000, aunque nunca quedaron claras la autoría y conexiones de los atentados. La persecución y encarcelamiento de miles de ellos por las autoridades egipcias agudizó el encono local contra Egipto pero no puso fin al problema.
La retirada israelí de 2005 de Gaza y, especialmente, la toma de control por Hamas, acentuaron el problema de seguridad porque las Fuerzas de Fronteras egipcias que relevaron a las israelíes en el control del corredor no estaban tan preparadas ni dispuestas a controlar las fronteras como las israelíes. Y si al principio los túneles sirvieron para facilitar el paso de armamento hacia Gaza, luego sirvieron para propiciar la salida de terroristas armados y de armas hacia el Sinai, desde donde actuar contra intereses israelíes o egipcios. El régimen del presidente Mubarak mantuvo la presión sobre los grupos contrabandistas y las tramas terroristas pero no pudo hacerlo con eficacia porque sus servicios de seguridad (Mukhabarat) no estaban preparados para ello y porque el número de sus fuerzas armadas estaba limitado por los acuerdos de Camp David. Además, al dedicar sus limitados recursos a vigilar las fronteras y zonas turísticas permitió que las redes contrabandistas y terroristas se hicieran fuertes en zonas del interior como las de Jabal al–Halal y Wadi Amr.
La falta de control comenzó a ser patente antes de la caída del presidente Mubarak (en octubre de 2010 se dispararon cohetes sobre Eilat, la ciudad israelí sobre el Golfo de Aqaba) pero, tras ella, la desmovilización policial de la península y los problemas internos de las Fuerzas Armadas acrecentaron el vacío de poder. La desestabilización aumentó con la llegada de los liberados o fugados de los centros egipcios de detención y con la implantación de la nuevas redes terroristas. El conglomerado delictivo tiene su cabecera en la capital del norte, Al-Arish, y comparte fines comunes, como combatir a Israel, vengarse de la represión y el control militar egipcio o, simplemente, aprovecharse del vacío de autoridad para realizar todo tipo de tráficos ilícitos de armas, personas y bienes. A los propósitos terroristas de sembrar el pánico y secuestrar nacionales israelíes o egipcios para pedir intercambio de prisioneros, se ha ido añadiendo el asalto y robo en instalaciones hoteleras y rutas turísticas con fines económicos. Las limitaciones que tanto Israel como Egipto tienen para controlar o revertir la situación favorecen la consolidación en el Sinaí de un agujero negro que complica, aún más, la inestabilidad regional.
Ahora, el general Ze’evi, director del servicio secreto del ejército israelí, comunicó hace unos meses que algunos integrantes de la organización habían establecido una base de operaciones en el Sinaí. Aunque los egipcios lo saben, temen proceder contra estas movilizaciones en su territorio. A pesar de esto, se empieza a ver una colaboración israelí-egipcia en este asunto. Según informaciones del “Amán”, así se llama el servicio secreto del ejército en hebreo, los terroristas usan un complejo habitacional abandonado, situado en una región apartada del Sinaí, como su cuartel general. Habrían colocado minas en los alrededores del cuartel, para evitar que los militares egipcios asalten el terreno.
Los recientes conocimientos sobre el campo de acción de Al Qaeda son preocupantes, pero a pesar de esto también tienen aspectos positivos. Así, por ejemplo, las informaciones del servicio secreto del ejército israelí promueven una mejoría en las relaciones entre Israel y Egipto, el más grande e influyente vecino árabe de Israel. El hecho de que tanto Egipto como Israel se vean amenazados por el terrorismo internacional de los extremistas musulmanes, los acerca el uno al otro. Aunque los dos países habían firmado un convenio de paz hace varios decenios, 2/3 de la península de Sinaí son territorio de Egipto, y el resto pertenece a Israel desde los acuerdos de paz de 1979, la relación había quedado bastante congelada, de manera que generalmente se hablaba de una “paz fría”. Sin embargo, la amenaza por parte de los extremistas islámicos crea un nuevo punto de interés común, que parece traer un cambio en las relaciones entre Israel y Egipto.
Las acciones armadas de los terroristas y de las bandas criminales no han desembocado todavía en una insurgencia armada generalizada pero las últimas acciones advierten de esa posibilidad (durante los primeros meses de 2012 se han registrado, entre otros, el secuestro de dos turistas norteamericanos y el ataque a un puesto de control policial en El-Arish en febrero, el cerco del campamento de las MFO en al-Gorah durante varios días de marzo, el ataque con cohetes a Eilat y al oleoducto que atraviesa la península en abril). Estas acciones representan un grave problema para El Cairo, Tel Aviv y las relaciones bilaterales entre los dos países. Israel se ha visto sometida a bombardeos desde Gaza y –en menor medida– desde el Sinaí por los grupos terroristas, mientras que los criminales continúan alimentando la bolsa de emigrantes irregulares eritreos, somalíes y sudaneses que deambula por aquel país sin oportunidades de trabajo, junto a mujeres que proceden de los países del este europeo con destino a la prostitución.
Así, Israel se ha visto en la necesidad de prolongar el muro de separación de la frontera hacia la mitad sur y desplegar tras él las mismas medidas de seguridad a las que ha recurrido en la Franja de Gaza: defensas contra misiles, vigilancia electrónica, despliegue de guarniciones militares y medidas de autoprotección de las poblaciones locales. Mientras prosigue el vallado, Israel no puede llevar a cabo acciones de represalia sobre suelo egipcio como las que llevó a cabo en Gaza (operación Cast Lead) porque los daños colaterales que producen colocarían al país en una situación comprometida (la muerte de cinco policías egipcios durante los intercambios de disparos tras un ataque en agosto de 2011 provocaron el cerco y asalto de la Embajada israelí). Por eso aspira a que sea Egipto quien se ocupe de controlar la situación y se ha ofrecido a levantar las limitaciones numéricas y geográficas de los Acuerdos de Camp David. Pero hasta ahora Egipto no ha demostrado ni voluntad ni capacidad para atender los deseos de su vecino y, además, Israel teme que con el cambio de gobierno peligre incluso la continuidad de esos Acuerdos.
Para Egipto, el problema se plantea también en forma de reivindicación secesionista, porque la población autóctona ha tomado consciencia de su abandono económico y político, decantándose por una identidad más árabe que egipcia y más islámica que laica. La radicalización religiosa y nacionalista ha avanzado muy deprisa debido a la seguridad de la política territorial egipcia en el Sinaí del pasado y a la falta de planes de integración y vertebración. Mientras no se estabilice la situación política en Egipto, las nuevas autoridades no podrán reducir los sentimientos de agravio y de desafección que se han ido instalando en la Península durante los últimos años. Tampoco podrán contar con la colaboración de los jeques tribales porque su autoridad se ha visto reemplazada por la que detentan los jefes de las bandas criminales o de las redes terroristas. Unas y otras disponen de santuarios a ambos lados de la frontera y han acumulado armas ligeras, misiles contra carro y tierra-aire, explosivos y granadas de mortero suficientes para organizar y sostener una insurgencia armada frente a la que las autoridades militares egipcias sólo pueden desplegar tropas cuando la inseguridad adquiere notoriedad (en agosto de 2011 desplegaron fuerzas militares al norte y este del Sinaí).
En la península del Sinaí se están acumulando los síntomas que presagian la aparición de una tormenta perfecta –un agujero negro, en términos de seguridad– debido a la conjunción de un vacío de poder, de redes criminales organizadas, milicias armadas y una generación de nuevos líderes que tratan de instrumentalizar el descontento y la radicalización de la población autóctona. Israel y Egipto disponen de un margen de actuación limitado porque tienen su atención fijada en otros frentes políticos y militares más acuciantes. Además, el momento de sus relaciones bilaterales no es el mejor para revisar los Acuerdos de Camp David y deberán esperar a que se asiente el nuevo gobierno egipcio antes de afrontar la situación. Israel desearía que Egipto se ocupara de resolver la situación en el Sinaí pero Egipto no desea asumir una responsabilidad que le obligaría también a implicarse en Gaza. Pero si las autoridades egipcias e israelíes no vuelven a colaborar como hicieron en el pasado para mantener la estabilidad en el Sinaí y poner en marcha programas de seguridad y desarrollo que desactiven la tormenta, ésta continuará evolucionando hasta poner en riesgo el futuro de la península y el presente de la región.
Por su parte, el desarrollo, en el Sinaí, de redes yihadistas relacionadas con al-Qaeda o con alguna de sus organizaciones afiliadas en la zona, cuando no la propia formación de una entidad asociada en la Península, podrían terminar por suponer un grave problema de seguridad en el interior de Egipto, de implicaciones tanto para ciudadanos e intereses egipcios en su propio país como para ciudadanos e intereses extranjeros y particularmente occidentales. El verosímil establecimiento de un santuario yihadista en el Sinaí lo convertiría en un foco de amenaza terrorista también para Israel, blanco potencial de atentados ideados y planificados en la contigua Península. El pasado 21 de abril de 2012 las autoridades israelíes instaron a sus connacionales a abandonar los sitios turísticos del Sinaí ante la amenaza de atentados terroristas contra objetivos judíos. No hace falta exagerar las cosas para anticipar las posibles consecuencias de una difusión de las redes yihadistas directa o indirectamente relacionadas con la agenda global de al-Qaeda en un enclave tan estratégico de Oriente Medio y en una situación tan incierta como la que actualmente existe en Egipto y en la región.

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