El nombre Sinaí, es originario del
Dios "Sin" dios de la luna. Es por ello que lo llaman tierra de la
luna, es la tierra de aguas turquesa de la Paz. Ocupa una posición estratégica
que une dos continentes el de África y Asia, separando dos mares el
Mediterráneo y el Mar Rojo. Es una península en forma triangular rica por su
fauna variada más de 5.000 clases de plantas y más de 46 especies diferentes de
aves, sus pozos de agua subterránea.
Es la tierra del petróleo, del oro y
de todas las clases de minerales, en la que conviven personas diferentes
religiones por esta península han pasado todos los profetas. Su superficie es
de 61.000 km2, la península se divide en dos norte y sur del Sinaí.
La Península del Sinaí ha
sido una zona segura y estable desde que en 1978 se firmaron los acuerdos de
paz de Camp David entre el presidente egipcio, Anwar el Sadat, y el primer
ministro israelí, Menachem Begin. Los dos países se preocuparon de convertir la
península en una zona de seguridad vigilada por una fuerza internacional
independiente (Multinational
Force and Observers, MFO) con el aval de EEUU. Sin embargo, se
olvidaron de la suerte de sus pobladores autóctonos y estos tuvieron que
aprender a vivir por su cuenta del contrabando mientras acumulaban
resentimiento contra las autoridades egipcias e israelíes. La población del
Sinaí está formada por unos 400.000 habitantes a los que se denomina
genéricamente beduinos, aunque no se puede precisar con exactitud cuáles tienen
esa procedencia en un territorio que es sólo la sexta parte del egipcio pero
tres veces mayor que Israel.
En el Sinaí ha permanecido
dicha población al margen de los problemas de seguridad entre los vecinos y
esperando a que las autoridades egipcias llevaran a cabo los proyectos de
desarrollo que les prometieron. Pero pocos de los planes de desarrollo
diseñados por el gobierno egipcio tuvieron el éxito esperado y en su mayoría
beneficiaron a los colonos llegados desde otros lugares de Egipto. También
llegaron refugiados palestinos, hasta formar un grupo de entre 50.000 y 100.000
habitantes y, en menor número, militantes islamistas de Hamas y Hizbolá, entre
otros, que utilizaron la península para operar contra Israel desde su frontera
sur. Las bandas locales y los activistas extranjeros comenzaron compartiendo
las redes logísticas que se utilizaban para el contrabando y acabaron
compartiendo la doctrina salafista, arrinconando tanto la tradición sufí como
las jerarquías y los principios tribales que habían articulado a la población
autóctona.
A finales de los años 90
comenzó la construcción de túneles para burlar la vigilancia israelí del
corredor fronterizo entre Israel y Egipto (los 14 km del Philadelphia Road) y con
ellos floreció el negocio del contrabando de mercancías y armas con destino a
la franja de Gaza mientras se consolidaban los tráficos ilícitos de drogas y
personas a través del resto de los 230 km de frontera con Israel. La
radicalización condujo a una primera oleada de atentados terroristas en 2004 en
Taba, en 2005 en Sharm el-Sheikh y en 2006 en Dahab que en conjunto provocaron
alrededor de 100 muertos y un número considerablemente superior de heridos en
zonas turísticas egipcias. El gobierno de El Cairo respondió exacerbando la
represión contra los integrantes de varios grupos terroristas, especialmente
contra los considerados miembros de Tawhid wa-Jihad, un grupo salafista creado
en 2000, aunque nunca quedaron claras la autoría y conexiones de los atentados.
La persecución y encarcelamiento de miles de ellos por las autoridades egipcias
agudizó el encono local contra Egipto pero no puso fin al problema.
La retirada israelí de
2005 de Gaza y, especialmente, la toma de control por Hamas, acentuaron el
problema de seguridad porque las Fuerzas de Fronteras egipcias que relevaron a
las israelíes en el control del corredor no estaban tan preparadas ni
dispuestas a controlar las fronteras como las israelíes. Y si al principio los
túneles sirvieron para facilitar el paso de armamento hacia Gaza, luego
sirvieron para propiciar la salida de terroristas armados y de armas hacia el
Sinai, desde donde actuar contra intereses israelíes o egipcios. El régimen del
presidente Mubarak mantuvo la presión sobre los grupos contrabandistas y las
tramas terroristas pero no pudo hacerlo con eficacia porque sus servicios de
seguridad (Mukhabarat) no estaban preparados para ello y porque el número de
sus fuerzas armadas estaba limitado por los acuerdos de Camp David. Además, al
dedicar sus limitados recursos a vigilar las fronteras y zonas turísticas
permitió que las redes contrabandistas y terroristas se hicieran fuertes en
zonas del interior como las de Jabal al–Halal y Wadi Amr.
La falta de control
comenzó a ser patente antes de la caída del presidente Mubarak (en octubre de
2010 se dispararon cohetes sobre Eilat, la ciudad israelí sobre el Golfo de
Aqaba) pero, tras ella, la desmovilización policial de la península y los
problemas internos de las Fuerzas Armadas acrecentaron el vacío de poder. La
desestabilización aumentó con la llegada de los liberados o fugados de los
centros egipcios de detención y con la implantación de la nuevas redes
terroristas. El conglomerado delictivo tiene su cabecera en la capital del
norte, Al-Arish, y comparte fines comunes, como combatir a Israel, vengarse de
la represión y el control militar egipcio o, simplemente, aprovecharse del
vacío de autoridad para realizar todo tipo de tráficos ilícitos de armas, personas
y bienes. A los propósitos terroristas de sembrar el pánico y secuestrar
nacionales israelíes o egipcios para pedir intercambio de prisioneros, se ha
ido añadiendo el asalto y robo en instalaciones hoteleras y rutas turísticas
con fines económicos. Las limitaciones que tanto Israel como Egipto tienen para
controlar o revertir la situación favorecen la consolidación en el Sinaí de un
agujero negro que complica, aún más, la inestabilidad regional.
Ahora, el general Ze’evi,
director del servicio secreto del ejército israelí, comunicó hace unos meses
que algunos integrantes de la organización habían establecido una base de
operaciones en el Sinaí. Aunque los egipcios lo saben, temen proceder contra
estas movilizaciones en su territorio. A pesar de esto, se empieza a ver una
colaboración israelí-egipcia en este asunto. Según informaciones del “Amán”,
así se llama el servicio secreto del ejército en hebreo, los terroristas usan
un complejo habitacional abandonado, situado en una región apartada del Sinaí,
como su cuartel general. Habrían colocado minas en los alrededores del cuartel,
para evitar que los militares egipcios asalten el terreno.
Los recientes conocimientos
sobre el campo de acción de Al Qaeda son preocupantes, pero a pesar de esto
también tienen aspectos positivos. Así, por ejemplo, las informaciones del
servicio secreto del ejército israelí promueven una mejoría en las relaciones
entre Israel y Egipto, el más grande e influyente vecino árabe de Israel. El
hecho de que tanto Egipto como Israel se vean amenazados por el terrorismo
internacional de los extremistas musulmanes, los acerca el uno al otro. Aunque
los dos países habían firmado un convenio de paz hace varios decenios, 2/3 de la
península de Sinaí son territorio de Egipto, y el resto pertenece a Israel desde
los acuerdos de paz de 1979, la relación había quedado bastante congelada,
de manera que generalmente se hablaba de una “paz fría”. Sin embargo, la
amenaza por parte de los extremistas islámicos crea un nuevo punto de interés
común, que parece traer un cambio en las relaciones entre Israel y Egipto.
Las acciones armadas de
los terroristas y de las bandas criminales no han desembocado todavía en una
insurgencia armada generalizada pero las últimas acciones advierten de esa
posibilidad (durante los primeros meses de 2012 se han registrado, entre otros,
el secuestro de dos turistas norteamericanos y el ataque a un puesto de control
policial en El-Arish en febrero, el cerco del campamento de las MFO en al-Gorah
durante varios días de marzo, el ataque con cohetes a Eilat y al oleoducto que
atraviesa la península en abril). Estas acciones representan un grave problema
para El Cairo, Tel Aviv y las relaciones bilaterales entre los dos países.
Israel se ha visto sometida a bombardeos desde Gaza y –en menor medida– desde
el Sinaí por los grupos terroristas, mientras que los criminales continúan
alimentando la bolsa de emigrantes irregulares eritreos, somalíes y sudaneses
que deambula por aquel país sin oportunidades de trabajo, junto a mujeres que proceden
de los países del este europeo con destino a la prostitución.
Así, Israel se ha visto en
la necesidad de prolongar el muro de separación de la frontera hacia la mitad
sur y desplegar tras él las mismas medidas de seguridad a las que ha recurrido
en la Franja de Gaza: defensas contra misiles, vigilancia electrónica,
despliegue de guarniciones militares y medidas de autoprotección de las
poblaciones locales. Mientras prosigue el vallado, Israel no puede llevar a
cabo acciones de represalia sobre suelo egipcio como las que llevó a cabo en
Gaza (operación Cast Lead)
porque los daños colaterales que producen colocarían al país en una situación
comprometida (la muerte de cinco policías egipcios durante los intercambios de
disparos tras un ataque en agosto de 2011 provocaron el cerco y asalto de la
Embajada israelí). Por eso aspira a que sea Egipto quien se ocupe de controlar
la situación y se ha ofrecido a levantar las limitaciones numéricas y
geográficas de los Acuerdos de Camp David. Pero hasta ahora Egipto no ha
demostrado ni voluntad ni capacidad para atender los deseos de su vecino y,
además, Israel teme que con el cambio de gobierno peligre incluso la
continuidad de esos Acuerdos.
Para Egipto, el problema
se plantea también en forma de reivindicación secesionista, porque la población
autóctona ha tomado consciencia de su abandono económico y político,
decantándose por una identidad más árabe que egipcia y más islámica que laica.
La radicalización religiosa y nacionalista ha avanzado muy deprisa debido a la
seguridad de la política territorial egipcia en el Sinaí del pasado y a la
falta de planes de integración y vertebración. Mientras no se estabilice la
situación política en Egipto, las nuevas autoridades no podrán reducir los
sentimientos de agravio y de desafección que se han ido instalando en la
Península durante los últimos años. Tampoco podrán contar con la colaboración
de los jeques tribales porque su autoridad se ha visto reemplazada por la que
detentan los jefes de las bandas criminales o de las redes terroristas. Unas y
otras disponen de santuarios a ambos lados de la frontera y han acumulado armas
ligeras, misiles contra carro y tierra-aire, explosivos y granadas de mortero
suficientes para organizar y sostener una insurgencia armada frente a la que
las autoridades militares egipcias sólo pueden desplegar tropas cuando la
inseguridad adquiere notoriedad (en agosto de 2011 desplegaron fuerzas
militares al norte y este del Sinaí).
En la península del Sinaí
se están acumulando los síntomas que presagian la aparición de una tormenta
perfecta –un agujero negro, en términos de seguridad– debido a la conjunción de
un vacío de poder, de redes criminales organizadas, milicias armadas y una
generación de nuevos líderes que tratan de instrumentalizar el descontento y la
radicalización de la población autóctona. Israel y Egipto disponen de un margen
de actuación limitado porque tienen su atención fijada en otros frentes
políticos y militares más acuciantes. Además, el momento de sus relaciones
bilaterales no es el mejor para revisar los Acuerdos de Camp David y deberán
esperar a que se asiente el nuevo gobierno egipcio antes de afrontar la
situación. Israel desearía que Egipto se ocupara de resolver la situación en el
Sinaí pero Egipto no desea asumir una responsabilidad que le obligaría también
a implicarse en Gaza. Pero si las autoridades egipcias e israelíes no vuelven a
colaborar como hicieron en el pasado para mantener la estabilidad en el Sinaí y
poner en marcha programas de seguridad y desarrollo que desactiven la tormenta,
ésta continuará evolucionando hasta poner en riesgo el futuro de la península y
el presente de la región.
Por su parte, el
desarrollo, en el Sinaí, de redes yihadistas relacionadas con al-Qaeda o con
alguna de sus organizaciones afiliadas en la zona, cuando no la propia
formación de una entidad asociada en la Península, podrían terminar por suponer
un grave problema de seguridad en el interior de Egipto, de implicaciones tanto
para ciudadanos e intereses egipcios en su propio país como para ciudadanos e
intereses extranjeros y particularmente occidentales. El verosímil
establecimiento de un santuario yihadista en el Sinaí lo convertiría en un foco
de amenaza terrorista también para Israel, blanco potencial de atentados
ideados y planificados en la contigua Península. El pasado 21 de abril de 2012
las autoridades israelíes instaron a sus connacionales a abandonar los sitios
turísticos del Sinaí ante la amenaza de atentados terroristas contra objetivos
judíos. No hace falta exagerar las cosas para anticipar las posibles
consecuencias de una difusión de las redes yihadistas directa o indirectamente
relacionadas con la agenda global de al-Qaeda en un enclave tan estratégico de
Oriente Medio y en una situación tan incierta como la que actualmente existe en
Egipto y en la región.
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