viernes, 2 de diciembre de 2011

EN SIRIA Y YEMEN SUMIDOS EN UN VÉRTIGO COMPLEJO E INCESANTE

El sismo generado por la oleada insurreccional nacida en el norte de África, continúa agitando las débiles bases del equilibrio de poder tanto a nivel regional como en el plano interno de los Estados, peligrando a la sazón los compromisos de paz y las alianzas estratégicas entre algunos actores. Los casos más críticos se han focalizado en Siria y Yemen.
Ambos países comparten de base el hecho de atravesar sangrientos conflictos entre variados sectores sociales que luchan por reformas profundas contra regímenes opresivos y cerrados. No obstante, lo que abunda en realidad son sus matices y diferencias.

Siria se encuentra gobernada por Bashar al Assad, líder del partido nacionalista y socialista Baaz desde el año 2000 tras suceder a su padre, Hafez Al Assad . Las revueltas que se están produciendo en Siria desde el mes de marzo se producen por una multiplicidad de causas internas y externas, que hace que el tratamiento de la crisis, presente ciertas dificultades. Desde un punto de vista étnico-lingüístico, la inmensa mayoría de la población es “árabe” en el sentido de que habla árabe, existe una minoría kurda en el norte, de cierta entidad. Y finalmente existe una minoría testimonial de origen semita que habla arameo. Según el último censo sirio, la población supera los 22 millones de personas. De ellos, un 85% profesan la religión musulmana, aunque no todos pertenecen a la corriente suní: un 15% está integrado por las minorías alawí , drusa e ismailí . El otro 15% de la población es cristiana, en su mayor parte greco-ortodoxa y, en menor medida, católica.

El primer foco de protestas aparece en Damasco, el 15 de marzo unas 100 personas desafiaron el estado de excepción y se manifestaron pidiendo la liberación de presos políticos. Apenas unos días después, el 20 de marzo, el conflicto se enciende en Deraa, en el sur del país, junto a la frontera con Jordania, con un carácter algo diferente, pues la manifestación no fue pacífica ni exclusivamente política ya que había también un componente socio-económico: los manifestantes quemaron la sede del partido Baaz, la de los tribunales y las de dos compañías telefónicas. Las protestas se extendieron a otras ciudades fronterizas o cercanas a Turquía (Idlib, Yisser Asshugur o Latakia), a Líbano (Homs, Hama), o a Iraq (Deir Ezsur). Las protestas también aparecieron en algunos barrios periféricos de Damasco (Qabún, Rukeddin, Meidán) y en algunas zonas de la campiña que rodea Damasco (Rif). Desde el principio, la represión de las protestas corrió a cargo del Ejército. El gobierno sirio trató de hacer frente a las revueltas con recetas utilizadas en otros países árabes ante una situación parecida.

La primera conclusión que debe hacerse es que la violencia se extendido a varias zonas del país y que tiene origen diverso. Ha habido numerosas manifestaciones violentas y no puede hablarse de “manifestaciones pacíficas”. Hay dos hechos objetivos de los que se debe partir: 1º Las víctimas de la violencia son civiles y militares; y 2º Hay víctimas civiles asesinadas por elementos civiles, y esto se produce ahora de forma constante. Los informes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos hablan (22 de agosto) de 2.200 “víctimas” sin precisar esos extremos lo que a mi juicio les resta credibilidad.

Un análisis de las manifestaciones y de los lugares en los que ha habido, o no ha habido manifestaciones, nos permite concluir en segundo lugar que las manifestaciones violentas se han generado en zonas con alta presencia del grupo islámico sunnita radical de los “Hermanos Musulmanes”. La primera constatación es que los puntos cercanos a las fronteras han sido especialmente problemáticos. La segunda constatación es que los conflictos se han producido en regiones, ciudades o barrios que tienen una situación económica que se puede llamar “pobre”. Sin embargo, no todas las zonas “pobres” han sufrido revueltas. La razón es que los factores “no económicos” presentes han pesado más que los económicos. Las zonas pobres con mayoría alawí, cristiana o drusa han estado ajenas a la violencia.

La tercera constatación es que los kurdos han mantenido una actitud ambigua. Es cierto que en la región de Idlib, donde hay un componente apreciable de población kurda, ha habido violencia, pero no parece que haya podido atribuirse a grupos identificados como “étnicamente kurdos”. La hipótesis que se puede derivar de ello es que la población kurda no ve claro que las actuales protestas puedan llevar a un reconocimiento o protección de sus derechos como minoría. La cuarta constatación es que no ha habido manifestaciones de protesta y enfrentamientos en ciudades o regiones pobladas mayoritariamente por grupos minoritarios en el conjunto nacional. Pensemos en zonas de mayoría alawí (como Tartús) o de mayoría cristiana (Seidnaya) o de mayoría drusa (Suweida) o de mayoría beduina (Palmira). La quinta constatación es que las dos grandes ciudades del país, Alepo (capital económica) y Damasco (capital política y cultural) han estado generalmente al margen de la violencia. Es cierto que ha habido manifestaciones, algunas violentas, en estas ciudades. Pero conviene advertir que las manifestaciones pacíficas de tipo “político” han sido minoritarias y que las manifestaciones violentas se han producido en barrios de bajo nivel económico y donde el radicalismo islámico sunnita de los “Hermanos musulmanes” tenía más aceptación. Por el contrario, allí donde hay una población de mayoría sunnita no radicalizada, no se han producido enfrentamientos violentos. La sexta constatación es que las zonas, ciudades o barrios donde más graves han sido los enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y elementos armados contrarios al gobierno han sido precisamente aquellas donde el radicalismo islámico sunnita de los “Hermanos musulmanes”. En este sentido, el caso de Hama es particularmente significativo. Hama fue ya en 1982 el epicentro de una revuelta armada de los “Hermanos Musulmanes” contra el gobierno de Hafez el Assad. A este respecto conviene recordar que las manifestaciones de protesta se han organizado generalmente los viernes después del sermón principal en las mezquitas.

Es cierto que en la oposición al régimen se pueden contar personas de las minorías religiosas del país. Es cierto que esas personas (alawíes o cristianos) han acudido a las mezquitas los viernes para participar en los actos de protesta, sin por ello adherirse a un programa islámico radical sunnita. Pero no es menos cierto que el hecho de que para realizar esas protestas hayan tenido que acudir los viernes a las mezquitas revela que la oposición democrática “laica” no tiene entidad por sí sola. Una observación de las manifestaciones realizadas revela que no ha habido en Siria un levantamiento simultáneo y generalizado contra el Gobierno. La hipótesis explicativa de esto es que las manifestaciones se han organizado siguiendo una táctica de guerrilla. Y esto es así porque en muchos casos, las manifestaciones han sido utilizadas como “paraguas” para desencadenar el terror contra miembros de las minorías religiosas o contra civiles que apoyaban al régimen. Por lo demás, los actos violentos de las fuerzas opositoras en varios lugares recuerdan en gran medida el modelo que se intentó implantar en Trípoli por una milicia armada islamista radical sunnita, “Fatah al islam”. Esta milicia inició una serie de ataques contra militares del Ejército libanés, que lo derrota en septiembre de 2007.

En este momento recuerdo la frase de Kissinger de que “no se puede hacer la guerra sin Egipto, ni la paz sin Siria”. La región del Oriente Medio se halla en un equilibrio inestable precisamente porque no hay una hegemonía clara y absoluta en la región. Ahora bien, esa hegemonía (en un marco de “paz”) no es posible sin el dominio de la pieza siria. Es cierto, y ese es el escenario actual, que hay potencias que pueden tener influencia sobre Siria sin que ello les dé una hegemonía en la región. Pero no es menos cierto que el dominio sobre Siria les puede dar a otras potencias la hegemonía. Son básicamente seis las potencias que tienen interés en la preservación o el cambio de la situación en Siria y tienen capacidad de influir en ella: Israel, Arabia Saudí, Turquía, Irán, EEUU y Rusia. Otros países vecinos, como Líbano e Iraq tienen un claro interés pero no se encuentran con capacidad de influir.

En el caso de Yemen, encontramos un panorama distinto. Yemen es uno de los países más pobres y débiles de Medio Oriente arraigado a sólidas estructuras tribales, y de escasa relevancia regional si lo comparamos con Siria. El país más pobre de la Península Arábiga es sin duda también el más complejo. Originado en fecha tan reciente como 1990, la República de Yemen fue el producto de la Unión de Yemen del Norte y la República Democrática Popular de Yemen.

Hasta 1981 cuando se acordó un proyecto de constitución de un único Estado que dio lugar finalmente a la ansiada reunificación el 22 de mayo de 1990, con el nombre de República de Yemen. El acuerdo incluyó la designación de Sanaá como capital política, reflejando la supremacía del norte sobre el sur en el nuevo Estado, y de Adén como capital económica, así como el establecimiento de un Consejo Presidencial que nombró al presidente de Yemen del Norte como presidente de la nueva república. De este modo Alí Abdullah Saleh alcanzó la presidencia, pero renuncio apenas el 24 de noviembre de los corrientes.

Una parte importante de la complejidad del país reside en la base social de su población y las estructuras subyacentes en su sociedad. A pesar de los experimentos socialistas o de la colaboración con Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo yihadista internacional, lo cierto es que estructuras sociales arcaicas subsisten en el país con fuerza. Factores tribales y de pertenencia al clan son elementos aún de gran peso en el devenir de los acontecimientos.

En otro orden de ideas, también se mantienen disputas de naturaleza estrictamente política. En este apartado las aspiraciones secesionistas de una parte de la población del sur, al igual que los houthis del norte, ven en la situación actual una oportunidad favorable a sus intereses. Curiosamente esta tendencia ha sido incluso fomentada hasta cierto punto por las políticas de Saleh, que basando su estrategia para mantenerse en el poder en el clásico “divide y vencerás” no ha dudado en azuzar los intereses y sentimientos de las diferentes facciones de la muy fragmentada sociedad yemení para a continuación reprimir con violencia las disputas y presentarse como garante del orden y la estabilidad.

Un gran grupo social que hay que tener en cuenta son los hashid liderados por el jeque Sadiq Al Ahmar. Estos ciudadanos, en todo momento atentos a las decisiones y alianzas de sus líderes tribales, suponen un elemento de peso en el equilibrio de poder del país, hasta el punto de poder ser decisivos en su alteración. No en vano mediante un clásico sistema de clientelismo político y económico las tribus se han vinculado al régimen, del que constituyen uno de los principales sustentos, pero también en consecuencia una de las amenazas más serias en caso de retirarle su apoyo, que es justamente lo que está sucediendo en las últimas semanas. Por último, pero no por ello menos significativos, son los estudiantes islámicos y sus mentores, un grupo también influyente. Fuertemente conservadores, han visto tradicionalmente la colaboración de Saleh con Estados Unidos en su lucha contra Al Qaeda como una alianza contra natura, lo que explica en parte la ambigüedad del desempeño antiterrorista de las fuerzas de seguridad yemeníes.

El papel de la vecina y poderosa Arabia Saudí ha sido siempre importante, aunque situado en unas coordenadas de difícil interpretación. Se pueden situar por un lado en una cierta hostilidad provocada principalmente por el establecimiento del país como república. Esta opción ha sido siempre considerada tanto por Arabia como por las demás monarquías del Golfo como una anomalía regional, con un posible efecto de imitación hacia las clases más populares de sus propias poblaciones. A esta circunstancia hay que unir la siempre presente cuestión religiosa, porque aunque mayoritariamente suní la población yemení tiene una importante comunidad chií. Las relaciones de familia entre los houthis del Yemen y la minoría chií de Arabia han llevado a las autoridades árabes a colaborar con el gobierno central yemení en sus conflictos contra la comunidad chií, incluso interviniendo militarmente en territorio del vecino del sur, si bien no siempre con la necesaria coordinación y aquiescencia del gobierno yemení.

Estados Unidos considera que la trayectoria de Saleh, ha sido ambigua y regulada según los intereses puntuales y coyunturales, hasta el punto de servirse a veces de activistas de Al Qaeda para combatir a otros de sus enemigos. Ante el escenario descrito, el contagio de las revueltas árabes a Yemen tenía que ser forzosamente interpretado en clave local. En Yemen, la inestabilidad ha estado siempre presente.

Durante el año anterior se habían ido desarrollando diferentes reuniones entre representantes del partido sostén de Saleh, el Congreso General del Pueblo (CGP) y una amalgama de partidos opositores conocida como Reunión Conjunta de las Partes (RCP). Pero las conversaciones tomaron un cariz poco grato para Saleh, ya que la RCP pretendía reformas que acabaran con el régimen personalista, por lo que el presidente ordenó suspenderlas. Desde ese momento Saleh, apoyado en su amplia mayoría parlamentaria, comenzó un proceso de reformas impuestas que no tenían más finalidad que su perpetuación en el poder y su posible sucesión por su hijo Ahmad. Posiblemente confiado en su papel de colaborador necesario de Estados Unidos, sufrió un revés político de primera magnitud cuando la administración norteamericana le instó a retomar el diálogo y llevar a cabo las reformas demandadas, mientras que apenas un mes más tarde comenzó la revolución tunecina. Este cúmulo de circunstancias impulsó a Saleh a mostrarse conciliador, por lo que el 2 de febrero hizo el anuncio de la vuelta a las negociaciones con la oposición, negando su intención de mantener el poder o legarlo a su hijo. Sin embargo, experto como es en tácticas dilatorias y esquivas nadie confió en la sinceridad del ofrecimiento, que situaba al país en el mismo punto que se encontraba en verano de 2010.

En consecuencia el día siguiente, 3 de febrero, se desarrolló la primera gran manifestación. Protagonizada por los jóvenes, a los que se sumó posteriormente la RCP, incluyó la ya clásica acampada días después en una populosa plaza de la capital, en este caso Al-Tagheer, además de la extensión de las protestas a otras regiones y ciudades del país. Pero las cosas nunca son sencillas en Yemen, donde entre otros riesgos ya descritos concurre la circunstancia de ser el país del mundo con mayor número de armas ligeras en manos de la población.

La diversidad de la oposición al régimen hizo que, en función de dónde se celebrara la concentración o manifestación, además de la general exigencia de abandono del poder por Saleh, la protesta se tiñera de la aspiración local o de los intereses del grupo dominante. De este modo en Adén el factor independentista hizo pronto acto de presencia, convocando a decenas de miles de personas, de las que varias murieron a manos de las fuerzas policiales. Desde ese momento la violencia de la represión de las manifestaciones ha ido escalando, provocando junto a numerosos muertos el crecimiento de la oposición a Saleh, por lo que diferentes facciones religiosas, políticas y tribus han ido sumándose al movimiento de oposición activa y han expresado su apoyo a los manifestantes iniciales. Pero el acontecimiento que probablemente se haya convertido en el punto de inflexión de la supervivencia del régimen se produjo el 18 de marzo. Junto a la declaración del estado de emergencia, fuerzas leales al régimen dispararon contra la masa de manifestantes desde las azoteas, causando al menos 52 muertes, incluidos algunos niños.

El período siguiente del proceso yemení ha estado protagonizado por la actitud dilatoria de Saleh, aceptando aparentemente la mediación del Consejo de Cooperación del Golfo, liderado por Arabia Saudí, junto a Estados Unidos y la Unión Europea, mientras negociaba las condiciones legales y económicas de su salida, a la par que ordenaba reprimir violentamente a los manifestantes. Así intentaba ganar tiempo para dividir a la oposición y, sobre todo, convencer a occidente de que tras su caída sólo el caos, la anarquía o un estado islámico beligerante podrían esperarse.

Este estado de la situación se ha visto definitivamente alterado por la rebelión armada de varias tribus. Los hashid liderados por el jeque Sadiq Abdalá al Ahmar, se han enfrentado a finales de mayo y primeros días de junio con las unidades aún fieles al presidente. En definitiva un escenario de guerra civil abierta que, no obstante las diferentes treguas declaradas y no cumplidas, han convertido a Sanaá en un campo de batalla. Curiosamente el escenario más pacífico durante estos días ha sido la acampada frente a la Universidad, donde desde la protesta juvenil se han lanzado varios llamamientos al cese de las hostilidades. Y es que los manifestantes iniciales se han visto superados por el devenir de los acontecimientos, pasando de ser aparentemente el detonante del proceso que pondría fin al régimen de Saleh, a ser meros espectadores de una dinámica alejada de sus reivindicaciones y entroncada en las antiguas disputas y facciones que conforman la realidad yemení.

Pero comoquiera que se desarrolle el proceso, es necesario subrayar que presenta riesgos serios que pueden afectar a la estabilidad regional, e incluso tener reflejo a escala global. La importancia geoestratégica de Yemen radica en el control de los pasos marítimos para el comercio del Golfo de Adén hacia el Mar Rojo y el Mar Mediterráneo, pasos que ya se han tornado peligrosos por la situación anárquica que vive Somalia y que conviene evitar en Yemen. Tampoco se puede dejar de lado los potenciales efectos desestabilizadores que podría tener sobre los regímenes monárquicos del golfo Pérsico, así como la ocasión que brindaría a organizaciones como Al Qaeda en la península arábiga, cuestión que se enmarca dentro de la estrategia global contra el terrorismo de la Casa Blanca.

Por último señalar luego de la renuncia de Saleh, la duda consiste en saber si transcurrido el tiempo serán capaces de poner el interés general por encima de los intereses tribales y de clan, así como de dirimir democráticamente las graves fracturas religiosas, sociales y políticas trazadas en el mapa de este atormentado país. No es fácil que así sea.

Siria y Yemen están hoy en el centro de la atención de Estados Unidos y de sus aliados regionales. Ambos países son la actual manifestación de la "primavera árabe" que ha puesto pies para arriba a los enfoques tradicionales y a las percepciones generalizadas sobre esta región. Sin embargo, más allá del aspiración democrática que alimenta el levantamiento, ambas situaciones parecen admitir distintos niveles de abordaje en cuanto a las soluciones buscadas por los actores externos interesado.

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